Apreciación Artística
Bolg de la materia de Apreciación Artistica para el Colegio de Bachilleres Plantel 02 Cien Metros, de la Profra. Denise Aline Reynaud Pulido
miércoles, 22 de enero de 2014
martes, 21 de enero de 2014
CUESTIONARIO
CUENTO: La suerte de Teodoro Méndez Acubal
AUTOR: Rosario Castellanos
1.- Teodoro Méndez Acubal era un _________________________________
2.- Don Agustín era un __________________________________________
3.- ¿Qué se encontró Teodoro , dónde y cómo estaba?_________________
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4.- ¿Dónde guardó Teodoro lo que encontró?_________________________
5.- ¿Quienes nunca veían al suelo cuando caminaban?_________________
6.- ¿Dónde y qué podían comprar los Indios?_________________________
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7.- ¿Con quién vivía Don Agustín?__________________________________
8.- ¿Porqué don Agustín era un inútil? ______________________________
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9.- ¿Cuál era el vicio de Don Agustín? ______________________________
10.- ¿Qué era la suerte para Teodoro? ______________________________
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11.- ¿Teodoro esa soltero? ¿Con quién vivía? ________________________
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12.- ¿Teodoro hablaba en español?_________________________________
13.- ¿Cómo se llama el pueblo? ___________________________________
CUENTO: Continuidad de los Parques
AUTOR: Julio Cortazar
1.- ¿El primer personajes es hombre o mujer?_________________________
2.- ¿Qué ha pospuesto hacer?_____________________________________
3.- ¿Qué estaba haciendo mientras?________________________________
4.- ¿Cuando inicia a leer, qué hace?________________________________
5.- ¿Cuando está leyendo qué acaricia con la mano?___________________
_____________________________________________________________
6.- ¿Mientras lee qué tienen a la mano?______________________________
7.- ¿Qué otros personajes tiene la historia?___________________________
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8.- El mayordomo es el __________________________________________
9.- ¿Dónde se ven la mujer y su amante? ____________________________
10.- ¿Qué le pide la mujer a su amante? _____________________________
11.- ¿Quién tiene un puñal y para que lo tiene?________________________
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12.- ¿A quién van a matar?___________________________________
lunes, 20 de enero de 2014
Cuentos
LA SUERTE DE TEODORO MENDEZ ACUBAL
Rosario Castellanos
Al caminar por las calles de Jobel
(con los párpados bajos como correspondía a la humildad de su persona) Teodoro
Méndez Acubal encontró una moneda. Semicubierta por las basuras del suelo,
sucia de lodo, opaca por el uso, había pasado inadvertida para los caxlanes.
Porque los caxlanes andan con la cabeza en alto. Por orgullo, avizorando desde
lejos los importantes negocios que los reclaman.
Teodoro se detuvo, más por
incredulidad que por codicia. Arrodillado, con el pretexto de asegurar las
correas de uno de sus caites, esperó a que ninguno lo observase para recoger su
hallazgo.
Precipitadamente lo escondió entre las
vueltas de su faja.
Volvió a ponerse de pie, tambaleante,
pues lo había tomado una especie de mareo: flojedad en las coyunturas, sequedad
en la boca, la visión turbia como si sus entrañas estuvieran latiendo enmedio
de las cejas.
Dando tumbos de lado a lado, lo mismo
que los ebrios, Teodoro echó a andar. En más de una ocasión los transeúntes lo
empujaban para impedir que los atropellase. Pero el ánimo de Teodoro estaba
excesivamente turbado como para cuidar de lo que sucedía en torno suyo. La
moneda, oculta entre los pliegues del cinturón, lo había convertido en otro
hombre. Un hombre más fuerte que antes, es verdad. Pero también más temeroso.
Se apartó un tanto de la vereda por la
que regresaba a su paraje y se sentó “sobre el tronco de un árbol. ¿Y si todo
no hubiera sido más que un sueño? Pálido de ansiedad, Teodoro se llevó las
manos al cinturón. Sí, allí estaba, dura, redonda, la moneda. Teodoro la
desenvolvió, la humedeció con saliva y vaho, la frotó contra la tela de su
ropa. Sobre el metal (plata debía de ser, a juzgar por su blancura) aparecieron
las líneas de un perfil. Soberbio. Y alrededor letras, números, signos.
Sopesándola, mordiéndola, haciéndola que tintinease, Teodoro pudo —al fin—
calcular su valor.
De modo que ahora, por un golpe de
suerte, se había vuelto rico. Más que si fuera dueño de un rebaño de ovejas,
más que si poseyese una enorme extensión de milpas. Era tan rico corno… como un
caxián. Y Teodoro se asombró de que el calor de su piel siguiera siendo el
mismo.
Las imágenes de la gente de su familia
(la mujer, los tres hijos, los padres ancianos) quisieron insinuarse en las
ensoñaciones de Teodoro. Pero las desechó con un ademán de disgusto. No tenía
por qué participar a nadie su hallazgo ni mucho menos compartirlo. Trabajaba
para mantener la casa. Eso está bien, es costumbre, es obligación. Pero lo
demás, lo de la suerte, era suyo. Exclusivamente suyo.
Así que cuando Teodoro llegó a su
jacal y se sentó junto al rescoldo para comer, no dijo nada. Su silencio le
producía vergüenza, como si callar fuera burlarse de los otros. Y como un
castigo inmediato crecía, junto a la vergüenza, una sensación de soledad.
Teodoro era un hombre aparte, amordazado por un secreto. Y se angustiaba con un
malestar físico, un calambre en el estómago, un escalofrío en los tuétanos.
¿Por qué sufrir así? Era suficiente una palabra y aquel dolor se desvanecería.
Para obligarse a no pronunciarla Teodoro palpó, a través del tejido del
cinturón, el bulto que hacía el metal.
Durante la noche, desvelado, se dijo:
¿qué compraré? Porque jamás, hasta ahora, había deseado tener cosas. Estaba tan
convencido de que no le pertenecían que pasaba junto a ellas sin curiosidad,
sin avidez. Y ahora no iba a antojársele pensar en lo necesario, manta,
machetes, sombreros. No. Eso se compra con lo que se gana. Pero Méndez Acubal
no había ganado esta moneda. Era su suerte, era un regalo. Se la dieron para
que jugara con ella, para que la perdiera, para que se proporcionara algo
inútil y hermoso.
Teodoro no sabía nada acerca de
precios. A partir de su siguiente viaje a »bel empezó a fijarse en los tratos
entre marchantes. Ambos parecían calmosos. Afectando uno, ya falta de interés,
otro, ya deseo de complacencia, hablaban de reales, de tostones, de libras, de
varas. De más cosas aún, que giraban vertiginosamente alrededor de la cabeza de
Teodoro sin dejarse atrapar.
Fatigado, Teodoro no quiso seguir
arguyendo más y se abandonó a una convicción deliciosa: la de que a cambio de
la moneda de plata podía adquirir lo que quisiera.
Pasaron meses antes de que Méndez
Acubal hubiese hecho su elección irrevocable. Era una figura de pasta, la
estatuilla de una virgen. Fue también un hallazgo, porque la figura yacía entre
el hacinamiento de objetos que decoraban el escaparate de una tienda. Desde esa
ocasión Teodoro la rondaba como un enamorado. Pasaban horas y horas. Y siempre
él, como un centinela, allí, junto a los vidrios.
Don Agustín Velasco, el comerciante,
vigilaba con sus astutos y pequeños ojos (ojos de marticuil, como decía, entre
mimos, su madre) desde el interior de la tienda.
Aun antes de que Teodoro adquiriese la
costumbre de apostarse ante la fachada del establecimiento, sus facciones
habían llamado la atención de don Agustín. A ningún ladino se le pierde la cara
de un chamula cuando lo ha visto caminar sobre las aceras (reservadas para los
caxlanes) y menos cuando camina con lentitud Como quien va de paseo. No era
usual que esto sucediese y don Agustín ni siquiera lo habría considerado
posible. Pero ahora tuvo que admitir que las cosas podían llegar más lejos: que
un indio era capaz de atreverse también a pararse ante una vitrina y contemplar
lo que allí se exhibe no sólo con el aplomo del que sabe apreciar, sino con la
suficiencia, un poco insolente, del comprador.
El flaco y amarillento rostro de don
Agustín se arrugó en una mueca de desprecio. Que un indio adquiera en la Calle
Real de Guadalupe velas para sus santos, aguardiente para sus fiestas, aperos
para su trabajo, está bien. La gente que trafica con ellos no tiene sangre ni
apellidos ilustres, no ha heredado fortunas y le corresponde ejercer un oficio vil.
Que un indio entre en una botica para solicitar polvos de pezuña de la gran
bestia, aceite guapo, unturas milagrosas, puede tolerarse. Al fin y al cabo los
boticarios pertenecen a familias de medio pelo, que quisieran alzarse y
alternar con las mejores y por eso es bueno que los indios los humillen
frecuentando sus expendios.
Pero que un indio se vuelva de piedra
frente a una joyería… Y no cualquier joyería, sino la de don Agustín Velasco,
uno de los descendientes de los conquistadores, bien recibido en los mejores
círculos, apreciado por sus colegas, era —por lo menos— inexplicable. A menos
que…
Una sospecha comenzó a angustiarle. ¿Y
si la audacia de este chamula se apoyaba en la fuerza de su tribu? No sería la
primera vez, reconoció el comerciante con amargura. Rumores, ¿dónde había oído
él rumores de sublevación? Rápidamente don Agustín repasó los sitios que había
visitado durante los últimos días: el Palacio Episcopal, el Casino, la tertulia
de doña Romelia Ochoa.
¡Qué estupidez! Don Agustín sonrió con
una condescendiente burla de sí mismo. Cuánta razón tenía Su Ilustrísima, don
Manuel Oropeza, cuando afirmaba que no hay pecado sin castigo. Y don Agustín,
que no tenía afición por la copa ni por el tabaco, que había guardado
rigurosamente la continencia, era esclavo de un vicio: la conversación.
Furtivo, acechaba los diálogos en los
portales, en el mercado, en la misma Catedral. Don Agustín era el primero en
enterarse de los chismes, en adivinar los escándalos y se desvivía por recibir
confidencias, por ser depositario de secretos y servir intrigas. Y en las
noches, después de la cena (el chocolate bien espeso con el que su madre lo
premiaba de las fatigas y preocupaciones cotidianas), don Agustín asistía
puntualmente a alguna pequeña reunión. Allí se charlaba, se contaban historias.
De noviazgos, de pleitos por cuestiones de herencias, de súbitas e
inexplicables fortunas, de duelos. Durante varias noches la plática había
girado en torno de un tema: las sublevaciones de los indios. Todos los
presentes habían sido testigos, víctimas, combatientes y vencedores de alguna.
Recordaban detalles de los que habían sido protagonistas. Imágenes terribles
que echaban a temblar a don Agustín: quince mil chamulas en pie de guerra,
sitiando Ciudad Real. Las fincas saqueadas, los hombres asesinados, las mujeres
(no, no, hay que ahuyentar estos malos pensamientos) las mujeres… en fin,
violadas.
La victoria se inclinaba siempre del
lado de los caxlanes (otra cosa hubiera sido inconcebible), pero a cambio de
cuán enormes sacrificios, de qué cuantiosas pérdidas.
¿Sirve de algo la experiencia? A
juzgar por ese indio parado ante el escaparate de su joyería, don Agustín
decidió que no. Los habitantes de Ciudad Real, absortos en sus tareas de
intereses cotidianos, olvidaban el pasado, que debía servirles de lección, y
vivían como si no los amenazara ningún peligro. Don Agustín se horrorizó de tal
inconciencia. La seguridad de su vida era tan frágil que había bastado la cara
de un chamula, vista al través de un cristal, para hacerla añicos.
Don Agustín volvió a mirar a la calle
con la inconfesada esperanza de que la figura de aquel indio ya no estuviera
allí. Pero Méndez Acubal permanecía aún, inmóvil, atento.
Los transeúntes pasaban junto a él sin
dar señales de alarma ni de extrañeza. Esto (y los rumores pacíficos que
llegaban del fondo de la casa) devolvieron la tranquilidad a don Agustín. Ahora
su espanto no encontraba justificación. Los sucesos de Cancuc, el asedio de
Pedro Díaz Cuscat a Jobel, las amenazas del Pajarito, no podían repetirse. Eran
otros tiempos, más seguros para la gente decente.
Y además, ¿quién iba a proporcionar
armas, quién iba a acaudillar a los rebeldes? El indio que estaba aquí;
aplastando la nariz contra la vidriera de la joyería, estaba solo. Y si se
sobrepasaba nadie más que los coletos tenían la culpa. Ninguno estaba obligado
a respetarlos si ellos mismos no se daban a respetar. Don Agustín desaprobó la
conducta de sus coterráneos como si hubiera sido traicionado por ellos.
—Dicen que algunos, muy pocos con el
favor de Dios, llegan hasta el punto de dar la mano a los indios. ¡A los
indios, una raza de ladrones!
El calificativo cobraba en la boca de
don Agustín una peculiar fuerza injuriosa. No únicamente por el sentido de la
propiedad, tan desarrollado en él como en cualquiera de su profesión, sino por
una circunstancia especial.
Don Agustín no tenía la franqueza de
admitirlo, pero lo atormentaba la sospecha de que era un inútil. Y lo que es
peor aún, su madre se la confirmaba de muchas maneras. Su actitud ante este
hijo único (hijo de Santa Ana, decía), nacido cuando ya era más un estorbo que
un consuelo, era de cristiana resignación. El niño —su madre y las criadas
seguían llamándolo así a pesar de que don Agustín había sobrepasado la
cuarentena— era muy tímido, muy apocado, muy sin iniciativa. ¡Cuántas
oportunidades de realizar buenos negocios se le habían ido de entre las manos!
¡Y cuántas, de las que él consideró como tales, no resultaron a la postre más
que fracasos! La fortuna de los Velascos había venido mermando
considerablemente desde que don Agustín llevaba las riendas de los asuntos. Y
en cuanto al prestigio de la firma, se sostenía a duras penas, gracias al
respeto que en todos logró infundir el difunto a quien madre e hijo guardaban todavía
luto.
¿Pero qué podía esperarse de un
apulismado, de un “niño viejo”? La madre de don Agustín movía la cabeza
suspirando. Y redoblaba los halagos, las condescendencias, los mimos, pues éste
era su modo de sentir desdén.
Por instinto, el comerciante supo que
tenía frente a sí la ocasión de demostrar a los demás, a sí mismo, su valor. Su
celo, su perspicacia, resultarían evidentes para todos. Y una simple palabra
—ladrón— le había proporcionado la clave: el hombre que aplastaba su nariz
contra el cristal de su joyería era un ladrón. No cabía duda. Por lo demás el
caso era muy común. Don Agustín recordaba innumerables anécdotas de raterías y
aun de hurtos mayores atribuidos a los indios.
Satisfecho de sus deducciones don
Agustín no se conformó con apercibirse a la defensa. Su sentido de la
solidaridad de raza, de clase y de profesión, le obligó a comunicar sus recelos
a otros comerciantes y juntos ocurrieron a la policía. El vecindario estaba
sobre aviso gracias a la diligencia de don Agustín.
Pero el suscitador de aquellas
precauciones se perdió de vista durante algún tiempo. Al cabo de las semanas
volvió a aparecer en el sitio de costumbre y en la misma actitud: haciendo
guardia. Porque Teodoro no se atrevía a entrar. Ningún chamula había intentado
nunca osadía semejante. Si él se arriesgase a ser el primero seguramente lo
arrojarían a la calle antes de que uno de sus piojos ensuciara la habitación.
Pero, poniéndose en la remota posibilidad de que no lo expulsasen, si le
permitían permanecer en el interior de la tienda el tiempo suficiente para
hablar, Teodoro no habría sabido exponer sus deseos. No entendía, no hablaba
castilla. Para que se le destaparan las orejas, para que se le soltara la
lengua, había estado bebiendo aceite guapo. El licor le había infundido una
sensación de poder. La sangre corría, caliente y rápida, por sus venas. La
facilidad movía sus músculos, dictaba sus acciones. Como en sueños traspasó el
umbral de la joyería. Pero el frío y la humedad, el tufo de aire encerrado y
quieto, le hicieron volver en sí con un sobresalto de terror.
Desde un estuche lo fulminaba el ojo
de un diamante.
—¿Qué se te ofrece, chamulita? ¿Qué se
te ofrece?
Con las repeticiones don Agustín
procuraba ganar tiempo. A tientas buscaba su pistola dentro del primer cajón
del mostrador. El silencio del indio lo asustó más que ninguna amenaza. No se
atrevía a alzar la vista hasta que tuvo el arma en la mano.
Encontró una mirada que lo paralizó.
Una mirada de sorpresa, de reproche. ¿Por qué lo miraban así? Don Agustín no
era culpable. Era un hombre honrado, nunca había hecho daño a nadie. ¡Y sería
la primera víctima de estos indios que de pronto se habían constituido en
jueces! Aquí estaba ya el verdugo, con el pie a punto de avanzar, con los dedos
hurgando entre los pliegues del cinturón, prontos a extraer quién sabe qué
instrumento de exterminio.
Don Agustín tenía empuñada la pistola,
pero no era capaz de dispararla. Gritó pidiendo socorro a los gendarmes.
Cuando Teodoro quiso huir no pudo,
porque el gentío se había aglomerado en las puertas de la tienda cortándole la
retirada. Vociferaciones, gestos, rostros iracundos. Los gendarmes sacudían al
indio, hacían preguntas, lo registraban. Cuando la moneda de plata aparció
entre los pliegues de su faja, un alarido de triunfo enardecía a la multitud.
Don Agustín hacía ademanes vehementes mostrando la moneda. Los gritos le
hinchaban el cuello.
—¡Ladrón! ¡Ladrón!
Teodoro Méndez Acubal fue llevado a la
cárcel. Como la acusación que pesaba sobre él era muy común, ninguno de los
funcionarios se dio prisa por conocer su causa. El expediente se volvió
amarillo en los estantes de la delegación.
Continuidad de los parques
Julio Cortázar
Había empezado a leer la novela unos
días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando
regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por
el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su
apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías, volvió al libro
en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles.
Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera
molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano
izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los
últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes
de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del
placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y
sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto
respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de
los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra,
absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las
imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del
último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa;
ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama.
Admirablemente restañaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las
caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta,
protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se
entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo
anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que
todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo
del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la
figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado:
coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía
su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía
apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.
Sin mirarse ya, atados rígidamente a
la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía
seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un
instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose
en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo
la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron.
El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del
porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras
de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera
alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en
la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los
ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del
hombre en el sillón leyendo una novela.
domingo, 19 de enero de 2014
PRESENTACION DE PAI INTERSEMESTRAL APRECIACIÓN ARTÍSTICA II
Hola chicos:
Este es el blog para que trabajemos algunas actividades de forma interactiva con el uso de tecnologías de información TIC así que por favor tienes que tener una cuenta en gmail, y el perfil de google lleno para poder participar y tener las calificaciones correspondientes.
mis datos son:
Bienvenidos y recuerden que:
Si no cumplen no les aseguro que acrediten la materia así que por favor apliquense y recuerden solo son 10 sesiones, mas la de evaluación, el calendario es el siguiente:
Este es el blog para que trabajemos algunas actividades de forma interactiva con el uso de tecnologías de información TIC así que por favor tienes que tener una cuenta en gmail, y el perfil de google lleno para poder participar y tener las calificaciones correspondientes.
mis datos son:
DATOS DEL PROFESOR
|
DENISE ALINE REYNAUD PULIDO
APRECIACIÓN ARTISTICA II VIVIR EL ARTE
CORREO
BLOG DE LA MATERIA:
|
Bienvenidos y recuerden que:
REGLAMENTO DE CLASE
|
SER PUNTUAL TOLERANCIA MAXIMA 11:15 AM |
CON UNA FALTA QUEDAS DADO DE BAJA |
SIN NO TRAES MATERIAL O CUADERNO ES FALTA |
TRABAJAR CON RESPETO Y EDUCACIÓN |
SER RESPONSABLE Y CUMPLIR |
a partir de la clase de hoy todas las clases tienen que traer:
LISTA DE MATERIALES
|
FORMA DE EVALUACIÓN
|
|
CUADERNO PERSONALIZADO | CUADERNO COMPLETO CON TODOS LOS APUNTES Y LAS ACTIVIDADES ILUSTRADAS, TRABAJADAS Y QUE SE LEAN BIEN, ORGANIZADAS Y COMPLETAS | |
LAPIZ, PLIMA, COLORES, REGLA, TIJERAS, PRITT | ||
DICCIONARIO | ||
MATERIALES PARA LA CLASE QUE SE SOLICITEN | TODAS LAS ACTIVIDADES TIENEN QUE TENER UNA OPINION DE MINIMO 2 RENGLONES | |
SER PUNTUAL Y CUMPLIR CON LAS ACTIVIDADES |
Datos que debe tener el cuaderno en la primer página:
NOMBRE COMPLETO
MATRICULA
COLEGIO Y PLANTEL
NOMBRE COMPLETO DE LA MATERIA
NOMBRE COMPLETO DEL PROFESOR
GRUPO
En la segunda pagina pega los cuadritos de papel que te dio el profesor impresos con la lista de materiales, forma de evaluación, datos del profesor y Reglamento de clase
En la tercer pagina escribe el calendario del PAI como esta publicado aquí en el blog.
A partir de la 5a pagina comienza con la primera actividad que es la de los cuentos y lo que te indique el profesor
Si no cumplen no les aseguro que acrediten la materia así que por favor apliquense y recuerden solo son 10 sesiones, mas la de evaluación, el calendario es el siguiente:
Calendario de actividades PAI INTERSEMESTRAL 2014-1
Lunes 20
|
Martes 21
|
Miercoles 22
|
Jueves 23
|
Viernes 24
|
sábado 25
|
Presentacion |
Cuestionario de cuentos |
Cuadro y lista de objetos artísticos y fichas |
Revisión de textos e ilustración con un dibujo |
Realidad e irrealidad Formas simbolicas |
Lenguajes artísticos |
Lunes 27
|
Martes28
|
Miercoles 29
|
Jueves 30
|
Viernes 31
|
|
Imaginacion | Fantasía | Creatividad | Avance de proyectos | Entrega de cuadernos y Objetos |
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